El tiempo es una ilusión que fluye. Hay tantos tipos de tiempos como marcos de referencia definamos. Al menos podemos arrancar con un tiempo cosmológico que va desde el origen del universo a partir del Big Bang hasta nuestros días. Y eso medido en años calendario son 13.700 millones. O podemos arrancar con el nacimiento de nuestro planeta hace 4.566 millones de años y hablar de un tiempo geológico. Pero también hay un tiempo prehistórico y otro histórico; un tiempo humano de cada uno de nosotros y un tiempo interior. La geología es una ciencia histórica y el tiempo es motivo permanente de cavilaciones. De allí que la frase madre que define a la ciencia geológica sea: Mente et Malleo, con la mente y el martillo. Una de las misiones de los geólogos es desentrañar el tiempo de vida de nuestro planeta y sus vecinos del sistema solar. Las concepciones sobre la antigüedad del planeta, arranca desde aquellos siete días bíblicos y más tarde la genealogía del patriarca Abraham del Obispo Usher, hasta los más de 8.000 millones de años de acuerdo con la cronología de los viejos sabios hindúes en sus vedas. Los grandes filósofos griegos de la antigedad también expresaron su visión del tiempo y, luego de un oscurantismo que se extendió por 1.500 años, resurgieron ideas seminales durante el Renacimiento. Los siglos siguientes serían de un análisis de ida y vuelta sobre la mayor o menor duración de la llamada creación. Leonardo, Steno, Hutton, el conde de Bufón, Humboldt, Werner, Lyell, Darwin, Lord Kelvin y muchos otros plantearon sus convergencias y divergencias en cuanto a la profundidad del tiempo geológico. Hoy todos coinciden en que éste, el tema del tiempo profundo, fue el más grande aporte que hizo la geología a la ciencia universal. El descubrimiento de la radiactividad, donde tuvieron un papel protagónico Rutherford, Bequerel y los esposos Curie, permitió conocer que ciertos elementos químicos tenían isótopos inestables y que éstos se transformaban con el tiempo a una tasa fija e independiente de las condiciones físicas o ambientales. Un simple ejemplo es el uranio que se transforma en plomo (o el potasio en argón, o el rubidio en estroncio) y ese tiempo de transformación es medible y convertible en años calendario. Quien tomó la posta fue el geólogo inglés Arthur Holmes. Este caballero se puso en la tarea de buscar rocas de distintos tipos y antigedades relativas de acuerdo a sus disposiciones espaciales para poder datarlas, tal como generalmente ocurre desde el corazón de las montañas hacia la periferia. Gracias a ello comenzó a elaborar una escala de los tiempos geológicos identificando rocas de los períodos Proterozoico, Paleozoico, Mesozoico y Cenozoico para ponerles fechas radimétricas.
En base a este importante trabajo se pudo colocar edades absolutas a rocas portadoras de fósiles de las cuales sólo se tenía una edad relativa. La evolución de la vida, desde el Precámbrico hasta la actualidad, fue dejando registros que se conservaron como singularidades espacio-temporales y que constituyen verdaderos mojones del tiempo geológico. Desde aquellos estromatolitos primigenios, pasando por los globos plasmodiales ediacarianos, los trilobites, los dinosaurios hasta llegar a los mamíferos y finalmente el hombre.
La naturaleza nos legó algunos tesoros y guías útiles conservados como “cápsulas de tiempo freezado”, tal el caso de los zircones, un mineral común y abundante formado por un silicato de zirconio y hafnio, algunos de los cuales, en Australia, arrojaron edades entre 4.200 y 4.400 millones de años. O bien los meteoritos de la nébula solar original que fijaron la edad del nacimiento de la propia Tierra en 4.566 millones de años. Al igual que ocurre cuando observamos un simple trozo de ámbar, de 20 o 30 millones de años de antigedad que conserva perfectamente preservado en su interior un mosquito, una mosca, una araña o algún otro pequeño organismo, tal como si yaciera en un trozo de hielo; aunque en este caso se trate de una resina fósil transparente de color amarillo citrino proveniente de antiguos árboles. Gracias a la isotopía se logran avances revolucionarios para entender el origen y evolución del planeta Tierra. Se están reconstruyendo climas antiguos, tiempos de exhumación de rocas que estuvieron profundamente enterradas, la manera en que la corteza y el manto se fueron licuando y fusionando a través de la tectónica de placas o tectónica de plumas, entre un sinfín de avances científicos. En este sentido es interesante destacar que en Vaqueros (Salta) se instaló un laboratorio moderno y con tecnología del primer mundo, como un emprendimiento mixto entre una firma privada (Geomap) y el CONICET. Se trata de la empresa Late Andes S.A., que se especializa en el estudio de cristales de zircón y apatita, los que son irradiados en Ezeiza y se utilizan para obtener datos sobre el calentamiento y enfriamiento de las rocas de la corteza, especialmente en lo referente a la formación de los edificios orogénicos, entre los cuales, el sistema andino es un ejemplo de clase mundial. Las técnicas aplicadas tienen importancia en la industria del petróleo para conocer la edad de la maduración de las rocas madres portadoras de hidrocarburos y también en geotermia, minería y otras ciencias afines. Según los geólogos Roberto Hernández y Raúl Becchio, una parte vital del proceso productivo, científico y tecnológico, comprende la irradiación neutrónica de muestras en el reactor nuclear RA3 del Centro Atómico Ezeiza (CAE), Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).
Las inclusiones fluidas que se conservan en algunos minerales, son también objetos fósiles que permiten conocer la composición de los fluidos que les dieron origen, en especial la edad, temperatura y presión de formación, entre otros datos útiles del mayor interés.
En el laboratorio de Late Andes SA se estudia la composición de inclusiones fluidas la cual es determinada con la ayuda de espectrometría Raman.
En otro orden de cosas, un mamut conservado en los hielos “eternos” de la Rusia ártica, en el permafrost de Siberia, puede ser datado con carbono 14 y nos abre una enorme ventana de oportunidades para estudiar su sangre, semen, ADN, tejidos, etcétera. Se trata de una de las más valiosas cápsulas de tiempo legadas por la naturaleza. Otro inestimable documento de tiempo detenido en el tiempo lo constituyen las pisadas fósiles de animales pretéritos. Como ejemplo pueden mencionarse las huellas de dinosaurios ampliamente distribuidas en los terrenos mesozoicos del mundo y muy comunes en el norte argentino. Ellas son como una foto instantánea lograda en lo que fueron antiguas playas marinas y conservadas para siempre en roca pura y dura. Nada diferente a un animal que deja sus huellas en el pavimento fresco. Esas huellas de dinosaurios o aquellas otras bípedas y erguidas de los proto humanos australopitecinos de Laetoli en África, permiten ver y reconstruir la plasticidad del animal, agilidad, velocidad, altura, peso y otros parámetros a partir de cálculos biométricos. El tiempo humano es un segundo de luz entre dos nadas. El tiempo existe mientras el observador exista. La metáfora es la de tiempo detenido en el tiempo: tiempo fósil; tanto el tiempo geológico conservado en las rocas, como el tiempo cosmológico congelado en estrellas muertas. Se puede reflexionar sobre el tiempo de mil maneras, una de ellas con los pies sobre la Tierra y con la mirada en los cielos. Tal como reza el escudo de la Universidad Nacional de Tucumán: Pedes in Terra ad Sidera visus.
Autor: Dr. Ricardo Alonso
Fecha de publicación: 9 de abril de 2017
Fuente: El Tribuno